Debo haber tenido cerca de 6 años cuando escuché por primera vez a mi abuela materna decir que odiaba las navidades porque la hacían sentir muy triste.
En aquel momento, el comentario me pareció increíblemente estúpido, ya que para mí, la época navideña (o “las navidades” como ella les llamaba) era la mejor del año… ¡Por mucho!
Y no era sólo por los regalos, si no por lo que conllevaba la temporada, que para mí comprendía, principalmente:
1) Vacaciones. Factor increíblemente importante en mi vida, ya que siempre preferí estar en (casi) cualquier lugar que en la escuela (no, NUNCA fui de los niños que ya querían que se acabaran las vacaciones para regresar a ver a mis amigos de la escuela o porque me aburría en mi casa)
2) Reuniones familiares: En aquella época (es decir, mi niñez hasta antes de los 10 años, en que mi familia se dividió como consecuencia del divorcio de mis abuelos) la cena de Noche Buena; la comida de Navidad (al día siguiente de Noche Buena) y la cena de año nuevo, tenían lugar en casa de mis padres y todo lo que a mí me parecía una legión de invitados eran los hermanos de mi mamá y (de haberlas) sus parejas.
Con los años, me fui dando cuenta que no sólo mi abuela, si no que prácticamente todos los adultos detestaban (o decían que detestaban) la temporada navideña, entonces le pregunté a mi maestra de tercero de primaria porqué era esto, a lo cual me respondió que era una época en la que la gente recordaba a las personas que ya no estaban con ellos (o sea, que se habían muerto) y que eso las hacía sentirse tristes.
Desde luego, el recuerdo de las personas que no estaban no se limitaba a extrañar a quienes habían muerto, si no también a quienes no estaban porque no querían o no podían estar durante la temporada.
En esa época descubrí también que a la gente le encanta revolcarse en las reminiscencias de “los viejos tiempos” y llorar por ellos y amargarse porque todo tiempo pasado fue mucho mejor.
Para mi gran fortuna, entre la gente con la que yo convivía constantemente, estaba mi abuelo materno (para ese momento ya divorciado de mi abuela) y, en mi opinión, la persona a quien menos podía importarle si era el 24 de diciembre o el 24 de junio. Esas fechas le eran irrelevantes.
Le eran tan irrelevantes, que su cumpleaños era entre el 23 y el 25 de diciembre y nunca le importó un carajo.
Él sabía que era en esos días porque eso le habían dicho, pero los registros habían sido destruidos, así que ni él ni nadie conocía con certeza la fecha exacta (algunos hermanos de mi mamá, es decir, los hijos de mi abuelo, alegan saber con precisión que día era el cumpleaños de mi abuelo, el Señor Valdez, pero lo cierto es que no pueden tener idea (no más de la que tenía él).
Para fines de trámites (licencias, cuentas bancarias, etc.) en algún momento post-revolucionario, mi abuelo obtuvo un acta de nacimiento en la que él mismo asentó que había nacido el 23 de diciembre. Entonces para todos los efectos prácticos, ese era su cumpleaños. Y nosotros lo felicitábamos el 24… Porque así quería él que fuera.
Según las explicaciones de mi abuela (ex esposa de mi abuelo) y de los hijos de ambos (o de varios de ellos) mi abuelo no añoraba una época mejor o no extrañaba la presencia de alguien durante las navidades porque nunca había habido un momento de felicidad en su vida durante esas fechas o a alguien a quien pudiera extrañar.
Sin embargo, para mí, esas explicaciones nunca tuvieron validez.
En efecto, mi abuelo nunca fue la persona más alegre o emotiva o sentimental del mundo, pero claramente había tenido momentos alegres y gente a quien había querido y que extrañaba (me lo dijo él, no estoy suponiendo o interpretando o alegando que yo lo conocía mucho).
Lo que sí es indiscutible, es que mi abuelo era una persona práctica.
... Tan práctica que, para él, las fechas con sus estúpidos días exactos no significaban algo digno de ser recordado. Eran irrelevantes. Tanto como lo era la fecha de su cumpleaños y las fechas de cumpleaños de todos sus hijos (ni hablar de las fechas de cumpleaños de sus múltiples nietos (cuantos quiera que seamos)).
Paradójicamente, el Señor Valdez era una persona que relataba sin cesar (generalmente al mismo público) sus vivencias y anécdotas, con lo cual se podría alegar que él también añoraba el pasado.
En virtud o como consecuencia de lo anterior, en algún momento decidí que las fechas, como motivo de celebración o de recuerdo no tenían ningún sentido.
Por un lado, porque no me quería atar al sufrimiento derivado de recordar “los buenos momentos” de otras épocas… O los malos, de haber existido.
Por otro lado, porque un día es igual a otro cualquiera y no vale la pena discutir en dónde o con quién se pasa o se celebra una fecha que realmente no significa más que la otra.
¿Porqué?
Porque la gente que no está (porque no quiere o porque no puede o porque murió) no sólo no están en la temporada o en la fecha en la que se le recuerda, porque quienes los extrañamos lo hacemos todos los días, todas las horas, todas las noches… Y entonces los recordamos todo el tiempo.
Y lo mismo pasa con la gente que sí está y con quien queremos estar… los demás días del año.
Entonces, para mí, “las navidades” tienen el mismo significado que los cumpleaños o los aniversarios luctuosos o cualquier otro día al azar, en el que lo que siento por la gente que está o no está no se altera más o menos.
Y en la incongruencia de todo esto, reciban todos un fuerte abrazo en este día de celebración por el cumpleaños oficial de mi abuelo, el Señor Valdez.
(Quiero aclarar que, para mí, las fechas como dato (exactas, de ser posible) son indispensables. Prácticamente toda mi memoria, toda mi mente, está atada a ellas y es en ellas en que radica lo que normalmente la gente considera como mi “buena memoria” y toda la (buena o mala) estructura de mi cerebro).
* Duran Duran - The Edge of America